Medio: La Razón
Fecha de la publicación: martes 30 de noviembre de 2021
Categoría: Debate sobre las democracias
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Dos tercios, señorías, ¿es democracia? ¿Y tres cuartos? ¿Cuatro quintos? Eso depende. Con las mayorías especiales nunca se sabe. Hubo un tiempo —ah, democracia (im)pactada— en que bastaba tener la mitad más uno. Cuestión de cuoteo y aritmética. Pensar en dos tercios era un exceso propio de mega/coaliciones promiscuas y contranatura. En democracia la mayoría decide. Ningún demócrata que se respete aceptaría el veto de la minoría. Pactos multipartidistas eran los de antes.
Cuando por primera vez en elecciones un partido obtuvo mayoría absoluta, el principio de mayoría se convirtió velozmente en objeto de sospecha. Hasta entonces los partidos, todos ellos, se habían especializado en perder. Luego estos derrotados (dos, tres, cuatro) se unían para formar mayoría. ¿Cómo era posible que las urnas, esas veleidosas, otorguen de pronto mayoría monocolor? ¿Y el derecho de las minorías? Tal vocación mayoritaria, faltaba más, solo podía ser autoritarismo.
Entonces hubo cambio de escala. Ante la mayoría monocolor en la Asamblea Constituyente, tener mayoría absoluta ya no fue visto como democrático. La bandera con letras rojas estaba lista: “2/3 es democracia”. Era una forma refinada de decir: nuestro tercio (de veto) es democracia. Quien niegue semejante verdad es porque lo suyo es proyecto he-ge-mó-ni-co. La consigna de los dos tercios se agitó para abortar el proceso constituyente. La minoría se soñó mayoría.
En la siguiente elección sobrevino el desasosiego. Las urnas otorgaron dos tercios monocolor en ambas cámaras. Nada menos. Y entonces dos tercios, señorías, precozmente y sin sonrojarse, dejó de ser democracia. Guarden banderas. ¿A quién se le ocurre obtener semejante mayoría especial? Era el fin de la democracia. Y se reafirmó en sucesivos comicios. El partido mayoritario devino en partido predominante. No necesitaba, ni le interesaba, pactar. El debate es interno, dijeron con desprecio.
Los veranos, de antiguo se sabe, no son eternos. Tienen final o, al menos, paréntesis. En el renovado/recalentado ciclo, el partido predominante conservó la mayoría absoluta, pero perdió los dos tercios. Y qué sorpresa: dos tercios volvió a ser democracia. “Cuando despertó, el dinosaurio todavía estaba allí”. Previsora, la mayoría monocolor en la Asamblea eliminó algunas decisiones por dos tercios. Igual, desde siempre, las leyes solo requieren la mitad más uno.
Corolario con/sin moraleja. La relación entre mayoría y democracia —sea absoluta, sea especial—, más que principista, resulta instrumental: depende de quién (no) la tenga. Por eso, en Bolivia, dos tercios es y no es democracia. Sigan, sigan participando.
FadoCracia dictatorial
1. Como hoy la insignia del “fraude” no es muy útil, la oposición radical, con eje en la dirigencia cívica y conades anexos, tiene nueva narrativa, con tres cabezas: libertad y democracia; dios y la propiedad privada (binomio indisoluble); y el espantajo “no queremos ser Cuba-Venezuela”. 2. ¿Qué significa ser/no/ser Cuba-Venezuela? Supongo que no se refieren a su belleza y atractivos, sino al régimen político. Ah, esas dictaduras. 3. Pero no es necesario ir tan lejos. Tenemos un modelo en casa. 4. La dictadura local opera así: un grupo de hombres descabellados, en petit comité, decide que tres millones de personas paren. Y listo. 5. Como toda dictadura, lo primero que elimina son las libertades. No puedes circular, te imponen horarios para abastecerte, ordenan: “andá a pie”. 6. Si te pasas de listo e intentas pasar una rotonda, te pegan. No hay dictadura sin violencia. 7. De tan afinada, esta dictadura contiene en sí misma, disfrazada de fascismo, su propia dicta/dura. Si acaso el cacique levanta el paro, es un vendido, un traidor. Debe renunciar. Y así, hasta ser como Cuba-Venezuela.
José Luis Exeni Rodríguez es politólogo.