Medio: Página Siete
Fecha de la publicación: domingo 21 de noviembre de 2021
Categoría: Institucional
Subcategoría: Tribunal Supremo Electoral (TSE)
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Las denuncias dejadas por la vocal renunciante del Tribunal Supremo Electoral (TSE) Rosario Baptista son muy graves, tanto como su propia salida, porque su cargo y el control del TSE podrían ser tomados por el Movimiento al Socialismo (MAS), que tiene mayoría en la Asamblea Legislativa y está muy cerca de conseguir los dos tercios de votos con disidentes.
En su carta de renuncia, Baptista señala que el TSE está secuestrado, que los verdaderos resultados de la elección de 2020 fueron ignorados y que bajo esas condiciones el MAS nunca perderá una elección.
Las denuncias son alarmantes porque bien podrían calzar en la descripción del Tribunal Electoral que administró las elecciones de 2019 y que habilitó al candidato Evo Morales, pese a que estaba impedido por la Constitución y que luego llevó adelante un proceso electoral que, según la OEA, incurrió en dolo por la manipulación de datos en favor del MAS.
Precisamente por esa experiencia crítica para la democracia boliviana, es que, a finales de 2019, todo el sistema político se puso de acuerdo para elegir un TSE probo y transparente, que estuvo dirigido por Salvador Romero y que tuvo entre sus integrantes a Baptista. Ambos ya renunciaron, el primero luego de que el MAS le planteara un juicio penal supuestamente por no haber respondido a dos peticiones de informe y la segunda por un constante acoso de parte del oficialismo, que incluyó la suspensión de su cargo sin salario.
Tratándose de denuncias tan graves, que ponen en entredicho incluso la limpieza de las elecciones en las que ganó Luis Arce, éstas deberían ser investigadas con seriedad y profundidad, en vez de descalificar a la vocal saliente como lo hizo la Sala Plena o de iniciarle una nueva etapa de persecución, como la que pretende accionar el MAS por supuesto abandono de funciones.
Pero, decíamos que su salida en sí misma es alarmante porque, a juzgar por los antecedentes de sus integrantes, la Sala Plena está ahora conformada por tres vocales afines al MAS y por tres que todavía se podrían llamar institucionalistas, aunque en el último tiempo todos han mantenido un sospechoso silencio respecto a las arremetidas del partido oficialista en contra del Órgano Electoral.
Eso quiere decir que el vocal que sea nombrado para reemplazar a Baptista será el que defina la correlación de fuerzas en el TSE y, si el MAS se toma ese puesto, que es lo más probable, entonces no hay esperanzas de que en adelante se puedan celebrar elecciones justas y, lo que es peor, cuando no hay confianza en el árbitro electoral, entonces puede volver la violencia en el marco de nuevos comicios sin importar cuál sea el resultado.
Desde su regreso al poder, el MAS puso en marcha una estrategia para tomar el control del Órgano Electoral sin importar si, con esa acción, le resta legitimidad a su propio triunfo, pues los vocales que dieron como ganador a Luis Arce son ahora los perseguidos.
En el marco de esa estrategia, por ejemplo, el presidente Luis Arce nombró por decreto a seis vocales departamentales para reemplazar a los designados por la expresidenta Jeanine Añez, pese a que las autoridades electorales no pueden ser removidas de sus cargos.
Por otro lado, una decisión judicial suspendió a los vocales electorales de Beni, pese a que fueron elegidos por la Cámara de Diputados, de mayoría masista, durante el gobierno de Añez. Por ese motivo, el TSE tuvo que asumir la administración del Tribunal Departamental Electoral (TED) de Beni.
A estas acciones hay que sumar las denuncias penales ya señaladas, entre las que se incluye una por la habilitación del entonces candidato a la Alcaldía de Cochabamba Manfred Reyes Villa.
Seguramente las denuncias de Baptista serán enterradas y lo más probable es que ella sea perseguida por haber dejado una carta en la que ni siquiera sus colegas de la Sala Plena Nacional creen, pero lo que está en curso es más grave que eso: la lenta pero segura toma del árbitro electoral y, en eso, nadie puede negar que Baptista tiene la razón.