Medio: Página Siete
Fecha de la publicación: miércoles 17 de noviembre de 2021
Categoría: Órganos del poder público
Subcategoría: Órgano Ejecutivo
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El presidente Luis
Arce resolvió el sábado abrogar la Ley 1386 de Estrategia Nacional de Lucha
Contra la Legitimación de Ganancias Ilícitas y Financiamiento del Terrorismo, y
este martes promulgó la norma para ello. Luego de seis días de paro
nacional y con un clima de mucha tensión y violencia en varias regiones del
país, el mandatario decidió –por segunda vez en un mes– dar pie atrás en un
precepto aprobado por su gestión. Su pedido (y el de las organizaciones
sociales afines al MAS que se presentaron junto a él para hacer el anuncio el
sábado pasado) es que se levante el paro de inmediato y se deje de afectar la
economía nacional.
Sin embargo, el pie
de lucha continúa para algunos sectores: hay casi una decena de leyes que están
siendo rechazadas y se reclama también que se devuelva la vigencia de los dos
tercios para aprobación de normas en el Legislativo; todo, en medio de excesos
como las amenazas de “tumbar al gobierno” proferidas por el presidente del
Comité Cívico Pro Santa Cruz, Rómulo Calvo; o las de la Confederación Sindical
Única de Trabajadores Campesinos (Csutcb), cuyos dirigentes amenazaron con
desbloquear con sus propias manos; o las del vicepresidente David Choquehuanca,
quien ha dejado en el olvido sus mensajes de reconciliación, al llamar al
“levantamiento” y apelar a la “ira del inca” para defender al gobierno.
¿Qué ha pasado para
que un gobierno elegido por el 55% de los votos se encuentre acosado por
tantos conflictos? Es bueno hacer esa reflexión, pues –a pesar de que no faltan
los ánimos exaltados que creen que éste es un periodo similar al que se vivió
en 2019 con las protestas de “las pititas” contra la re reelección y las
denuncias de fraude electoral– estamos en un momento muy distinto, con un
gobierno que ganó ampliamente una elección y que acaba su primer año de
gestión. Sin embargo, esta legitimidad electoral ha sido muy mal gestionada por
el propio Gobierno, perdiendo batallas –una tras otra– que no sólo lo
debilitan, sino que han alimentado el resurgimiento de discursos y posiciones
extremas, como las comentadas.
Y es que, como se ha
reiterado muchas veces, Arce apostó primero por la confrontación en el discurso
y en los actos, por la voluntad de aniquilar a sus enemigos e imponer una
narrativa de golpe de Estado que no ha calado; y segundo, por eliminar la
deliberación parlamentaria, acabando con el principio de los dos tercios para
la aprobación de normas, y, hace unos días, avasallando con la cooptación de
diputados disidentes para quitar representatividad parlamentaria a la
oposición.
Todas estas medidas
pueden ser una demostración de poder para un mandatario que entró con mayoría
absoluta al poder, pero que al no saber respetar los balances y dar espacio al
diálogo democrático ha terminado perdiendo una y otra vez, y arriesgando
abiertamente el apoyo a su gobierno.
En un año de
gestión, el gobierno de Luis Arce dio al menos cinco pasos atrás en temas clave
después de conflictos, presión y descontento. El Ejecutivo retrocedió con el
proyecto de ley antilegitimación, el impuesto a los servicios digitales, la
reanudación “piloto” del ferrocarril La Paz-Arica, la suspensión temporal
de la exportación de carne y la fecha del censo de población.
Lo sucedido en estos
días: la forma en que rápidamente escaló el conflicto, la presión dentro del
mismo MAS para abrogar una ley que ni siquiera había sido adecuadamente
socializada ni entendida y la renuencia actual de los cívicos a desmovilizarse
hasta que se derogue todo un paquete de leyes y se devuelvan los dos
tercios al Parlamento es una muestra de que gobernar verticalmente, sin
acuerdos mínimos, es más un perjuicio que una ganancia. La arrogancia y
avasallamiento del Ejecutivo para imponer leyes no consensuadas y del
Legislativo para querer ignorar la deliberación con la oposición han tenido,
como se ve, un resultado negativo.
Y no es señal de que
la oposición se haya fortalecido o de que tenga una propuesta alternativa que
haga la diferencia, es simplemente una evidencia de que el diálogo es
imperativo no sólo para avanzar, sino preservar la gobernabilidad y la
legitimidad democráticas.