Medio: El País
Fecha de la publicación: jueves 11 de noviembre de 2021
Categoría: Conflictos sociales
Subcategoría: Marchas, bloqueos, paros y otros
Dirección Web: Visitar Sitio Web
Lead
Contenido
Quienes tratan de
trazar paralelismos entre lo sucedido en 2019 y lo que está sucediendo en 2021
se equivocan. El régimen de Luis Arce hoy no está amenazado como lo estuvo el de
Evo Morales hace dos años por una razón fundamental: a Arce le avala su triunfo
electoral contundente e incontestable, mientras que, a Evo Morales, en su recta
final, le faltó la legitimidad a partir de una elección en la que concursó sin
respetar la Constitución, y lo que es más surrealista, saltándose los
resultados de un referéndum que él convocó para pedir permiso de concursar, y
que perdió.
Esta diferencia es
sustancial y primigenia, pero no permanente. Es evidente que el paro ha sido
instrumentalizado y que los sectores políticos han maniobrado para opacar
algunas de esas fechas emblemáticas en el relato del MAS, como la renuncia de
Evo, la victoria de Arce y su posesión final. Es evidente que hoy por hoy la
motivación original del paro se ha diluido y pocos pueden señalar con precisión
cual es el objeto del paro, que en su momento fue por la Ley contra las
Ganancias Ilícitas que el gobierno retiró dando un éxito sin precedentes a los
movilizados tras un paro a medio gas, y que en realidad dio más alas para abrir
una batalla de desgaste a largo plazo contra un gobierno que se mostró débil.
Esta semana el paro
también venía sustentado contra la Ley 1386, que es la de la estrategia general
de la lucha contra las Ganancias y que puede ser desarrollada en base a
decretos y reglamentos, pero a eso se ha sumado todo lo de los últimos días: La
Ley del Plan de Desarrollo, la de los Ascensos, el transfugio de Edwin Rosas y
cualquier cosa que tuviera que ver porque en realidad no importaba demasiado.
La acción policial del martes y la violencia inusitada desplegada en
determinados lugares ha unificado todo bajo una consigna más “popular”: contra
el abuso, que viene a ser todo.
La gestión de la
violencia en Bolivia tiene sus propias reglas como se viene demostrando desde
antes de la independencia y con particularidad en lo que va en este siglo.
Convocarla tiene sus riesgos, y en este caso el propio presidente Luis Arce
llamando a defender el proceso en las calles y el vicepresidente David
Choquehuanca más solemnemente rodeado de dirigentes en la víspera del paro
parecen no haber calculado con profundidad las consecuencias, sobre todo porque
a la segunda, de nuevo, ha habido repliegue y llamada al diálogo.
Con el Gobierno
tocado ha tenido que ser el presidente de diputados Freddy Mamani, con más
ascendencia sobre el sector popular, quien convoque a la reunión sectorial
sobre los alcances de la Ley 1386 solicitada por el poderoso sector campesino.
Queda todavía un largo camino hasta que esa mesa de diálogo se consolide con
los actores clave.
Todo apunta a que
estamos al inicio de un conflicto demasiado forzado por todas las partes y
sobre el que nadie tiene una hoja de ruta clara. Tal vez en la mesa de diálogo
se puedan incorporar otros asuntos de tensión necesarios para orientar lo que
queda de legislatura y evitar que cada avance, en medio de una crisis atroz, se
encuentre con el rechazo y tenga que entrar en retrocesos.
En cualquier caso,
lo intolerable es la violencia, que nunca es el camino a nada bueno, como se
demuestra cada rato.