Medio: El Deber
Fecha de la publicación: miércoles 10 de noviembre de 2021
Categoría: Órganos del poder público
Subcategoría: Asamblea Legislativa Plurinacional
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Durante el informe
de gestión del presidente Luis Arce el lunes en la Asamblea Legislativa, el
país fue testigo del bochornoso, grosero y vergonzoso espectáculo que brindaron
los legisladores del oficialismo y la oposición, que convirtieron la sede del
Poder Legislativo en poco menos que en las graderías de un cuadrilátero
pugilístico de barras enloquecidas, donde unos apoyan a su boxeador y otros lo
insultan.
A ese extremo ha
llegado la Asamblea Legislativa boliviana, quizá en el peor momento de todo lo
que se recuerda de la era democrática. Si bien el Congreso Nacional, como se
llamaba antes, siempre fue escenario de disputas y trifulcas, nunca antes se
había visto que se pareciera tanto a un circo.
Las cámaras
legislativas han ganado diversidad, pluralidad y presencia más equitativa de
género, pero también han perdido mucho en respeto, tolerancia, decoro y altura.
Que una asamblea sea más plural, de polleras o sombreros campesinos está bien,
porque eso denota una representación genuina de la población boliviana. Pero no
por eso tendría que ser más violenta ni menos democrática, como actualmente
ocurre.
Las escenas de
mujeres de pollera arremetiendo contra hombres de camisa y chaqueta se han
vuelto comunes en la nueva Asamblea, como si el hecho de ser de origen indígena
le otorgara a las mujeres del MAS el derecho de golpear y empujar a hombres
“blancos”, como suelen llamarlos cuando no usan expresiones ofensivas.
El Parlamento
debiera ser un lugar de debate de conceptos, de discusión de ideas, donde las
diferencias se administren con racionalidad y respeto por los disensos, pero
no, el nuestro es una plaza de toros. El Movimiento Al Socialismo,
mayoritario en la Asamblea, ha incurrido, además, en prácticas antidemocráticas
vulnerando incluso los reglamentos de las cámaras al convocar a sesiones en
horas de la madrugada y en fin de semana, casualmente las mismas horas que
eligen en la calle quienes cometen actos reñidos con la ley.
El fin de semana se
dieron a la tarea de conformar las directivas camarales ignorando las listas de
las bancadas minoritarias, y anotando en su lugar a algunos parlamentarios
tránsfugas, que habiendo sido elegidos en las listas de Creemos y Comunidad
Ciudadana, se entregaron a los brazos del MAS a cambio de pegas y quién sabe si
también dinero. El MAS violó así los reglamentos que obligan a conformar
directivas con representantes de las mayorías y las minorías.
Ni los criticados
parlamentos de la era “neoliberal” de los partidos tradicionales se animó a
tanto como el MAS. Los que recuerdan las cámaras legislativas de los años 1982
a 2005, saben que allí también se cometían vulneraciones, pero cuando menos al
no tener ninguna de ellas una representación tan mayoritaria, todos estaban
destinados a entenderse por la vía de los acuerdos y los consensos.
En cambio, con el
MAS no hay lugar para el acuerdo: lo que prima es la imposición, las elecciones
de directivas entre gallos y medianoche y fin de semana, como se hacen las
cosas que se quieren esconder.
En ese terreno de lo
oscuro y lo reprochable se inscribe el cambio de la ley que operó la anterior
Asamblea, cuando el MAS eliminó el requisito de los dos tercios para la
aprobación de normas, porque sabía que tras las elecciones de octubre de 2020
no volvería a tener esa proporción de la mayoría.
Y así han convertido
al Poder Legislativo en un poder donde existe todo menos democracia, que
debiera ser precisamente el mayor atributo de una institución donde sus
miembros son elegidos por el voto. La actual Asamblea Legislativa se define por
una palabra: Vergüenza.